Y volviendo a las sugerencias de rutas, que es a lo que habéis venido, una de las cosas alucinantes del Casco Histórico de Cuenca, y particularmente del Barrio del Castillo, es que puedes pasar de estar en un restaurante lleno hasta la bandera de gente a encontrarte solo en medio de la cumbre del valle recorriendo apenas 200 metros.
Bajando del Barrio del Castillo, llegas al Arco de Bezudo, giras a la derecha y andas 50 metros hasta que llegas a una pequeña fuente que sólo los vecinos conocen por su nombre, “La Fuente del Piojo” dicen los ancianos, andas otros 50 metros y súbitamente desaparece la ciudad detrás de una curva. Y sólo tenemos delante un mirador con una solitaria y gran cruz en honor al patrón del camposanto que se encuentra a unos metros, uno de los más singulares que he conocido, el cementerio de Hermanos de San Isidro. Un pequeño pilón de piedra y un hilo macizo de agua silenciosa sin una sola burbuja. Pequeñas puertas enrejadas, figuras sencillas de cemento coloreado y craquelado por el hielo y el valle.
Esta pequeña carretera atraviesa un rincón cautivador e inesperado que muy pocos conquenses conocen y muchos menos turistas, pero el visitante que encuentra estas soledades se acerca a uno de esos lugares ocultos a la vista de todos que solo nos da la curiosidad y la naturaleza. Miradores con grandes panorámicas, la luz del atardecer alargando la sombra de los pasos y al fondo una sinuosa carretera que nos llevaría a la Fuente de Martín Alhaja en uno de sus desvíos si la siguiéramos unos kilómetros más (de la historia de esa fuente os contaré en otro momento).
Puesto que la web la escribe un servidor dando sus recomendaciones y hablando de sus experiencias, durante los 19 años que viví en el singular Barrio del Castillo los paseos por esta carretera y sus miradores, sin importar la estación del año, siempre han sido reconfortantes. Caminar en otoño anocheciendo, con la humedad del río Júcar subiendo las laderas y el reflejo amarillo de las lámparas de sodio en la neblina… No puedo asegurar que al resto de mortales le vaya a producir lo mismo que a mi, pero aún así estoy seguro que a nadie le va a disgustar el paseo.
Volviendo al mundo de los mortales, y aledaño al cementerio, en otro meandro de piedra se encuentra el “Mirador de San Isidro”, que ahora se llama Mirador de José Luis Coll, y que algunos vecinos llamamos El Nuevo Parking para Ovnis. Y hasta aquí quiero leer por hoy. Quizá mañana os cuente más de estos emblemáticos lugares.